1. LA
NUEVA ICONOGRAFÍA: LA
PINTURA DE LAS
CATACUMBAS
El nombre
"catacumbas", que significa “agujero”, era el de un distrito
periférico de Roma. Los peregrinos medievales designaron con esta palabra todos
los hipogeos funerarios, excavados extramuros de la Ciudad Eterna.
El origen
de las catacumbas se encuentra en los arenarios que habían perforado los
zapadores romanos en el subsuelo de la ciudad para extraer materiales de
construcción. Cuando se abandonaban, los cristianos aprovechaban
transformándolas en cementerios.
Las
estrechas galerías reciben el nombre de criptas. Éstas se ensanchan formando
cámaras cuadradas o poligonales; son los cubículos donde se enterraban los
restos de los atormentados en las cárceles, quemados, apaleados, o víctimas de
las fieras del anfiteatro, mientras que el resto reposaba en nichos abiertos en
las paredes de los corredores. Estas fosas podían ser rectangulares (loculi), o
semicirculares (arcosolia), y se superponían en varios pisos cuando el terreno
escaseaba. Aquí
reinaban la oscuridad y el silencio, aunque la decoración pictórica de criptas
y cubículos expresaba un mundo luminoso y optimista.
Son
representados el mundo animal y vegetal, a los que se otorga un significado
místico: la paloma simboliza el alma, el pavo real es la eternidad, la vid y la
espiga son símbolos eucarísticos, y el pez en griego tenía las iniciales de
Jesús Cristo, Hijo de Dios, Salvador.
En el
s.III comienzan a surgir la imagen del Señor y de la Virgen. Al querer
realizar la efigie de Cristo, nadie recordaba ya sus rasgos. Los pintores de
las catacumbas tuvieron que inventar su iconografía, representando al Buen
Pastor con la oveja, y también al Maestro, guía que imparte divina sabiduría.
2. LA CRISTIANIZACIÓN DE LA BASÍLICA
Con la promulgación por
Constantino del Edicto de Milán, en el 313, los
cristianos abandonan las catacumbas para practicar la religión confesional del
Estado. Iglesia e Imperio quedan asociados.
El primer problema
arquitectónico fue que la comunidad evangélica necesitaba una iglesia
espaciosa, que albergara en su interior a fieles y a sacerdotes.
La solución fue
cristianizar la basílica romana: la gran sala pública utilizada antes como
tribunal de justicia y lonja comercial.
Tras adaptarse, abandonaron
las basílicas profanas y construyeron otras de nueva planta en las que dar
cabida a los fieles. Estas han llegado a nuestros días por su excelente uso
funcional.
Se trata de un edificio
alargado, separado por columnas en tres o cinco naves, la central más ancha y
elevada que las laterales. Al final de la nave principal, se abría un gran arco
de triunfo, que comunicaba con un brazo transversal, llamado transepto,
formándose así una cruz latina. En medio del transepto, se dispuso un ábside
semicircular, simulando la cabeza de Cristo, y miraba hacia los Santos Lugares
de Jerusalén. Era el presbiterio, presidido por el altar y la cátedra del
obispo, a cuyos lados se situaban los bancos de los sacerdotes. Cerca se
construyeron dos dependencias: el diaconicum o sacristía y la prótesis, donde
se preparaban las especies eucarísticas. Precediendo al espacio sacro, se
habilitó un atrio porticado con una fuente para los catecúmenos, ya que solo
los bautizados podían entrar en la basílica. Dos torres-campanario en la
fachada señalaban su presencia en la ciudad.
Hoy en día, todas se
encuentran muy transformadas. En Tierra Santa, la estructura de la basílica se
fundió con una rotonda abovedada o martyrium en la cabecera, que guardaba las
reliquias palestinas de Cristo.
En las provincias
norteafricanas del imperio romano y en la Bética , surge un nuevo tipo de basílica,
caracterizada por ábsides contrapuestos en la nave central: uno en la cabecera
y otro en los pies.
3. LOS EDIFICIOS BIZANTINOS Y LA CÚPULA :
SANTA SOFÍA
Bizancio era una colonia oriental griega, que
once siglos después restauraría Constantino con el nombre
de Constantinopla. Heredó
la legitimidad del imperio, cimentando durante la Edad Media
su autoridad en tres pilares: la cultura griega, la
estructura romana del Estado y la fe cristiana. Justiniano, emperador de los romanos que
inauguró la “Primera Edad de Oro bizantina”, aspiró a unificar sus posesiones mediante
costosas empresas arquitectónicas. El elemento
aglutinante que las caracteriza será la cúpula; para
ello destierra las basílicas y apuesta decididamente por los edificios de planta
central. Los orígenes remotos de este diseño se encontraban en los martyria
de Tierra Santa.
El emblema arquitectónico del gobierno de Justiniano será la iglesia metropolitana de Santa Sofía, la Santa Sabiduría. La celeridad responde a los medios financieros a su alcance y al ágil sistema constructivo de los albañiles bizantinos, consistente en alternativas filas de ladrillo con capas de mortero. Se utilizaron tejas porosas para aliviar el peso de la cúpula y se importaron mármoles para prestigiar el monumento.
Los autores de esta obra fueron dos científicos, Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto, geómetras, matemáticos e inventores de ingenios mecánicos.
En el centro de un rectángulo plantaron cuatro pilares para sujetar una cúpula nervada sobre pechinas. Y aquí reside su originalidad y grandeza apoyar la cubierta sobre cuatro puntos en vez de sostenerla sobre un tambor circular, como sucedía en el Panteón romano. Y el espacio interior, lujosamente decorado e
iluminado por los rayos del sol que penetraban a través de cuarenta ventanas en de la cúpula.
4. LA DECORACIÓN MUSIVARIA
El arte bizantino adoptó el mosaico como revestimiento mural. Apoyados en una lujosa técnica, los decoradores del taller imperial fijaron una segunda iconografía oficial y adjudicaron a un lugar en el templo para cada asunto sagrado. El ábside se reservó a Cristo en majestad. Le cortejan ángeles y santo, se representó también en la cabecera de la iglesia a la Theotocos : María sentada
con el Niño en brazos, sirviéndole de sede. Hacia ellos convergen desde el fondo de las paredes laterales una comitiva respetuosa de santos. Destaca el papel didáctico y afirmador de la ortodoxia encomendado al mosaico.
En la cúpula, los profetas rodean la mano de Dios saliendo de una nube y en las pechinas cuatro serafines les hacen escolta. El testero de los pies se ocupa con el Juicio Final. Los mosaicos más importantes se conservan en las iglesias de la ciudad italiana de Rávena.
La crisis iconoclasta la inicia León III asesorado por consejeros musulmanes y judíos que sentían aversión por las representaciones humanas de carácter religioso. El enfrentamiento partidario estaba servido y no se saldó hasta que la emperatriz Teodora condenó a los iconoclastas. A lo largo de un siglo, la única iconografía que se representó en los templos fue la cruz desnuda.
La decoración musivaria conoció un magnifico renacimiento entre los siglos X y XII: una “Segunda Edad de Oro”. Los temas iconográficos se renuevan, su localización en el templo varía y las figuras pierden hieratismo, sufren cierto alargamiento y
ganan en gesticulación. El Pantocrátor, pasa a ocupar la cúpula
mientras que la Virgen de mantiene en la concha del ábside, pero ya no es la Theotocos sedente con el Hijo en el regazo, sino la Hodegetria , de pie, esbozando una tierna sonrisa hacia el niño que se mueve entre sus brazos.
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